LOS MILAGROS DE JESÚS
Los milagros de Jesús se entienden en el contexto del Reino de Dios: “Si yo expulso los demonios por el Espíritu de Dios, es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros” (Mt 12,28). Jesús inaugura el Reino de Dios y los milagros son una llamada a una respuesta creyente. Esto es fundamental y distintivo de los milagros que obró Jesús. Reino y milagros son inseparables.
Los milagros de Jesús no eran fruto de técnicas (como un médico) o de la actuación de demonios o ángeles (como un mago), sino resultado del poder sobrenatural del Espíritu de Dios.
Por tanto, Jesús hizo milagros para confirmar que el Reino estaba presente en Él, anunciar la derrota definitiva de Satanás y aumentar la fe en su Persona. No pueden explicarse como prodigios asombrosos sino como actuaciones de Dios mismo con un significado más profundo que el hecho prodigioso. Los milagros sobre la naturaleza son señales de que el poder divino que actúa en Jesús se extiende más allá del mundo humano y se manifiesta como poder de dominio también sobre las fuerzas de la naturaleza. Los milagros de curación y los exorcismos son señales de que Jesús ha manifestado su poder de salvar al hombre del mal que amenaza al alma. Unos y otros son señales de otras realidades espirituales: las curaciones del cuerpo —la liberación de la esclavitud de la enfermedad— significan la curación del alma de la esclavitud del pecado; el poder de expulsar a lo demonios indica la victoria de Cristo sobre el mal; la multiplicación de los panes alude al don de la Eucaristía; la tempestad calmada es una invitación a confiar en Cristo en los momentos borrascosos y difíciles; la resurrección de Lázaro anuncia que Cristo es la misma resurrección y es figura de la resurrección final, etc.
Conozcamos los milagros que Jesús realizó:
La boda de Caná.
Después de que Dios ungió a Jesús con el espíritu santo, y, fuera en el desierto tentado por satanás durante 40 días, se dirigió a una fiesta con sus amigos los apóstoles, donde pasaban un buen rato y se divertían bailando y viendo a la gente bailar.
Se trataba de una boda, en aquel tiempo era común tomar vino pues era la bebida que tenía que tomarse durante las bodas, además, era de gran significado que los novios pudieran dar de beber eso a sus invitados.
Pues bien, sucede que se acabó, y, los novios tenían que cargar con la vergüenza, pero, como Jesús era muy bueno, y, no quería que pasaran un mal rato, además de que el poder de Dios tenía que manifestarse, convirtió el agua en vino y todos siguieron festejando en la boda felices.
En una ocasión, algo de 5,000 hombres, más mujeres y niños, siguieron a Jesús para ser sanados y escuchar Sus enseñanzas (Mateo 14:13-21). Cuando llegó la noche, la gente todavía estaba con Jesús, y no había comido nada. Los discípulos sugirieron que Jesús despidiera a la gente para que fuera a comprar comida en las aldeas, pero Jesús decidió alimentarle. ¿Cómo? Los discípulos también se preguntaban lo mismo, ya que todo lo que había allí era cinco panes y dos peces que eran el almuerzo de un jovencito (Juan 6:9). Jesús tomó los panes y peces, bendijo a Dios, y mandó a los discípulos a repartirlos a la multitud. No, ellos no repartieron cinco panes y dos peces; realmente, Jesús había multiplicado milagrosamente esas provisiones, y al final, ¡incluso sobró 12 canastas llenas de comida!
JESÚS CURA A UN PARALÍTICO
Había un hombre en aquel lugar que tenía parálisis y necesitaba la sanidad de Jesús. Aunque él no podía moverse, tenía cuatro buenos amigos que sí podían hacerlo. Ellos pusieron al paralítico en una “cama” y comenzaron a cargarle con el fin de llevarle a Jesús. Sin embargo, como recordarás, la gente estaba amontonada incluso a la puerta, así que estos hombres llevando a su amigo en una cama simplemente no pudieron pasar por medio de la multitud (Lucas 5:19). ¡Se pensaría que algunas personas darían permiso a un enfermo!
Los amigos del paralítico no se dieron por vencidos; ¡ellos también creían que Jesús podía sanar a su amigo! Los hombres se dieron cuenta que podían bajar la cama del paralítico por el techo hasta Jesús. Cargar a un hombre hasta el techo de una casa y luego bajarle no es una tarea fácil, pero ellos lograron eso. Jesús vio la fe de estos cinco amigos, y sanó y perdonó al enfermo (Marcos 2:5).
Jesús tenía tres buenos amigos que vivían en Betania. Se llamaban Lázaro, María y Marta, y los tres eran hermanos. Un día, Jesús estaba al otro lado del río Jordán, y María y Marta le enviaron un mensaje urgente: “Lázaro está muy enfermo. Por favor, ven pronto”. Pero Jesús no fue en ese momento. Esperó dos días y luego les dijo a sus discípulos: “Vamos a Betania. Lázaro está dormido, y voy a ir a despertarlo”. Los apóstoles le dijeron: “Si Lázaro está durmiendo, se pondrá bien”. Así que Jesús lo dijo más claro: “Lázaro ha muerto”.
Cuando Jesús llegó a Betania, Lázaro llevaba cuatro días en la tumba. Mucha gente había ido a consolar a Marta y a María. Marta se enteró de que Jesús había llegado y se fue corriendo a hablar con él. Le dijo: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Jesús le respondió: “Tu hermano volverá a vivir. ¿Me crees, Marta?”. Ella le contestó: “Yo creo que se levantará en la resurrección”. Entonces Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida”. Luego Marta fue a decirle a María: “Jesús está aquí”. María corrió adonde estaba Jesús, y la gente la siguió. Cuando llegó a él, María cayó a sus pies y no paraba de llorar. Le dijo: “Señor, si hubieras estado aquí, nuestro hermano estaría vivo”. Jesús se dio cuenta de que ella estaba sufriendo mucho y se puso a llorar también. Los que estaban allí vieron a Jesús llorando y empezaron a decir: “La verdad es que Jesús quería mucho a Lázaro”. Pero algunos se preguntaban: “¿Por qué no salvó a su amigo?”. ¿Qué iba a hacer Jesús ahora?
Jesús fue a la tumba, que era una cueva, y había una piedra tapando la entrada. Él ordenó: “Quiten la piedra”. Marta le dijo: “Ya debe oler mal porque han pasado cuatro días”. De todas formas, quitaron la piedra, y Jesús oró: “Padre, te doy las gracias por escucharme. Yo sé que siempre me escuchas, pero hablo en voz alta para que la gente crea que tú me enviaste”. Entonces gritó con fuerza: “¡Lázaro, sal!”. De repente, ocurrió algo increíble: Lázaro salió de la tumba, todavía envuelto con vendas. Jesús dijo: “Quítenle las vendas y dejen que se vaya”. Muchos vieron lo que pasó y pusieron su fe en Jesús, pero algunos fueron a contárselo a los fariseos.
JESÚS CALMA LAS AGUAS
Jesús ha tenido un día largo y agotador. Al caer la noche, les dice a sus discípulos: “Crucemos a la otra orilla”, refiriéndose al lado contrario de donde está la ciudad de Capernaúm .
Cuando Jesús sale de Capernaúm, la gente se da cuenta, y otras barcas también empiezan a cruzar el mar. La otra orilla no queda lejos.
Cuando zarpan, se acuesta en la parte posterior de la barca, apoya la cabeza en una almohada y se queda dormido.
En esta ocasión, las olas empiezan a golpear la barca, y esta empieza a “llenarse de agua”, de modo que están en peligro. Aun así, ¡Jesús sigue durmiendo!
Los hombres luchan con todas sus fuerzas por controlar la barca, como han hecho en otras ocasiones. Pero esta vez la situación se les escapa de las manos. Entrando en pánico, se acercan a Jesús y le ruegan: “¡Señor, sálvanos! ¡Nos vamos a morir!”. Los discípulos tienen miedo de ahogarse.
Cuando Jesús se despierta, les dice: “Hombres de poca fe, ¿por qué están tan asustados?”. Entonces, reprende al viento y le ordena al mar: “¡Silencio! ¡Cállate!”. Enseguida los fuertes vientos se detienen y el mar se queda en calma. (Tanto Marcos como Lucas registran este impresionante episodio. Primero destacan el milagro de Jesús y luego la falta de fe de los discípulos).
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